martes, 26 de febrero de 2013

Horror vacui.


El horror al vacío le producía un miedo equiparable al de la propia soledad que le asolaba. Todo lo veía gris, el paso de los años también. Dicen que la gente cambia y, a veces, evoluciona. El destino, si es que se cree en él, ni cambia ni evoluciona. Aposentado en su sofá viejo pensaba en la monotonía de la ciudad y en el continuo devenir de las cosas. Se preguntaba acerca de su futuro, si es que lo llegaba a tener; creía suficiente en el porvenir aunque fuese un calco de lo que había sido el día anterior.
Pensaba, porque pensar es evadirse adentrándose en un explícito y riguroso tema que nos preocupa, nos alegra o nos entristece. Reía, pero no por felicidad sino porque a pesar del tedio, a pesar del ser solitario que era, a pesar de todas las cargas y sentimientos que poseía, a pesar de todo ello, entreveía un mañana envidiable, un futuro mejor. Sentía, porque sentir es propio de todo ser humano. Sentía rabia por no ser el hombre ideal, sentía pena por no tener una vida llena, sentía resignación por no tener aquello que tanto anhelaba. Sentía alegría cuando se miraba al espejo porque veía en él un rostro frustrado por el pasado, orgulloso por su presente pese a sus circunstancias, y soñador por su futuro.
Siempre tuvo un pensamiento muy positivo de todo lo negativo que habitaba en su interior. No pudo cambiar el curso de las cosas, porque estas, por su naturalidad, acaban y mueren. Él, tampoco cambió; decidió ser quien fue siempre, y así es como sin ser el prototipo de hombre ideal, fue feliz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario