domingo, 24 de febrero de 2013


No, definitivamente no fue la noche que él esperaba. Pudo haberla sido, pudo haber sido la que con tantas ansias él había planeado hasta el más minucioso detalle. Lo tenía todo: galán, elegante, educado, cauto y culto. No por ello pasó inadvertido para la que él todavía consideraba como su primer y único amor. La estancia era ideal, con esa música intangible recorriendo las paredes del habitáculo. En una pared, colgaba un cuadro en el que aparecía una mujer con los pechos desnudos alzando en alto la bandera gala. En la otra pared, se podía vislumbrar un retrato de un filósofo con tez pálida y mirada desafiante, con unas pequeñas manchas en la parte derecha de la representación. Era una habitación cuyo color verde pálido le daba ese toque de ambiente lúgubre y misterioso. El suelo de parquet estaba muy limpio, como si apenas nadie lo hubiese pisado antes. A grandes rasgos, era un espacio sin grandes ornamentos que conseguía la perfección a través de la simplicidad. Estaba iluminado por una lámpara situada en una mesa próxima a Pablo, que permitía alumbrar el costado izquierdo de su rostro. Los dos yacían en el cómodo sofá, vulnerables a cualquier palabra, indefensos contra aquel mezquino silencio que tanto odiaban a veces. Tal vez la complicidad en las miradas marcó un juego de vocablos inaudibles e insonoros que solo ellos supieron interpretar. Era tal la perspicacia de los dos, que podría jurar que aquella noche de luna menguante acabó con las vidas de Pablo y Clara al instante, sin darles tiempo a recobrar el sentido del raciocinio ni siquiera a articular sus últimas desdichadas palabras que tanto afecto producían tiempo atrás.
Fueron títeres de unos sentimientos que les hicieron llorar de alegría algunas veces, y hacer lo propio de tristeza las otras. Dibujaron un destino que, a priori, se asemejaba al más idílico porvenir jamás visto ni oído; juzgaron sus días venideros sin temor a lo que pudiese suceder. Eran dos mundos dentro de una galaxia donde los pensamientos y los sentidos de cada uno permanecían firmes como las estrellas lo hacen en el cielo de la noche oscura. Perdieron la razón: les venció el corazón. Amor omnia vincit. 

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