No, definitivamente no fue
la noche que él esperaba. Pudo haberla sido, pudo haber sido la que con tantas ansias
él había planeado hasta el más minucioso detalle. Lo tenía todo: galán,
elegante, educado, cauto y culto. No por ello pasó inadvertido para la que él
todavía consideraba como su primer y único amor. La estancia era ideal, con esa
música intangible recorriendo las paredes del habitáculo. En una pared, colgaba
un cuadro en el que aparecía una mujer con los pechos desnudos alzando en alto
la bandera gala. En la otra pared, se podía vislumbrar un retrato de un
filósofo con tez pálida y mirada desafiante, con unas pequeñas manchas en la
parte derecha de la representación. Era una habitación cuyo color verde pálido le
daba ese toque de ambiente lúgubre y misterioso. El suelo de parquet estaba muy
limpio, como si apenas nadie lo hubiese pisado antes. A grandes rasgos, era un
espacio sin grandes ornamentos que conseguía la perfección a través de la
simplicidad. Estaba iluminado por una lámpara situada en una mesa próxima a
Pablo, que permitía alumbrar el costado izquierdo de su rostro. Los dos yacían
en el cómodo sofá, vulnerables a cualquier palabra, indefensos contra aquel
mezquino silencio que tanto odiaban a veces. Tal vez la complicidad en las
miradas marcó un juego de vocablos inaudibles e insonoros que solo ellos
supieron interpretar. Era tal la perspicacia de los dos, que podría jurar que
aquella noche de luna menguante acabó con las vidas de Pablo y Clara al
instante, sin darles tiempo a recobrar el sentido del raciocinio ni siquiera a
articular sus últimas desdichadas palabras que tanto afecto producían tiempo
atrás.
Fueron títeres de unos sentimientos
que les hicieron llorar de alegría algunas veces, y hacer lo propio de tristeza
las otras. Dibujaron un destino que, a priori, se asemejaba al más idílico
porvenir jamás visto ni oído; juzgaron sus días venideros sin temor a lo que
pudiese suceder. Eran dos mundos dentro de una galaxia donde los pensamientos y
los sentidos de cada uno permanecían firmes como las estrellas lo hacen en el
cielo de la noche oscura. Perdieron la razón: les venció el corazón. Amor omnia vincit.
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