¿Y
si no fueses como tu derredor piensa que eres? ¿Y si tu caparazón con el que
forjas tu carácter un día se rompe? ¿De verdad no notas ese miedo palpable, esa
precaución si se quiere, a la decepción que nos acecha tras la máscara de cada
persona? Me siento frágil ante las acometidas de un ayer que me persigue día
tras día y me desestabiliza en este presente titubeante y presumiblemente
alegre. Ya no hay prisa cuando el recuerdo vago de una felicidad que estuvo
presente en ti te caza para hacerte creer que la melancolía es solo algo
pasajero, que tal y como viene se va. No diré que necesito amor, ni caricias idílicas
bajo la luna llena, no; no diré tan siquiera que necesito a esa persona
especial que tanto te puede llenar. El mundo es solo apariencia.
Me
miro en el espejo y veo a ese chico que hace tiempo se divertía con pequeñeces,
con cosas insignificantes, con detalles diarios que te hacían sentir bien, pero
las personas, algunas personas, cambian. Me miro en el espejo y me pregunto si
detrás de esta sonrisa triste que dibuja mi rostro será una apariencia para
tapar lo que siento y contengo, o se convertirá algún día en la felicidad que
tanto busco y que tan pocas veces encuentro. Me miro en el espejo y pienso en
si realmente lo esencial es invisible a los ojos, y tras reflexionarlo llego a
la conclusión que sí, que nadie ve como tendría que ver, que tu sonrisa es
única, que si sonríes no es para fingir, es porque quieres expresar tu
bienestar, tu carácter luchador y combatiente frente a lo que aparentes ser,
frente a quien pretenda entrar en tu vida para huir sin hacer ruido, frente a
quien quiere herirte.
Me
miro en el espejo y veo una persona que siente.
Me
miro en el espejo y veo un espíritu libre, aparentemente feliz.